El país se ha levantado a protestar contra los impuestos a las
herencias y a la plusvalía propuestos por el Gobierno Nacional, que al parecer han
sido la gota que derramó el vaso de la paciencia de muchos ecuatorianos.
Los argumentos gubernamentales han buscado justificar el impuesto
a la herencia desde el bajo impacto a las mayorías (98% no pagará, dicen) y
desde su afán redistributivo, e incluso algunos desde la necesidad fiscal por
la crisis actual. Sin embargo, estos argumentos no resisten mayor análisis. Al
parecer únicamente los militantes del Partido Comunista, aliado al gobierno,
reconocen que se trata de un impuesto ideológico.
El impuesto a la herencia no tiene justificaciones fiscalistas,
pues representa menos del 1% de la recaudación tributaria. A la vez, su impacto
redistributivo sería mínimo, pues si lo recaudado es poco lo que se tiene para
redistribuir es poco.
Desde un punto de
vista de eficiencia, ninguna de estas dos razones justificaría el impacto
negativo que puede tener en la inversión y en la generación de empleo que el
solo anuncio de este impuesto causa. Ni siquiera justificaría el costo político
que conlleva, en un año de crisis y que presenta oportunidades de
posicionamiento electoral para sus detractores. Esto muestra que la única justificación posible del Impuesto a la
herencia es de tipo ideológico, y reflejaría la radicalización del modelo de
gobierno a favor de tesis marxistas clásicas.
El marxismo ha propuesto desde sus inicios el Impuesto a la
Herencia y la Confiscación de la propiedad, y ha atacado a la familia,
considerándola una organización cerrada y burguesa que aísla al ser humano de
la sociedad. La familia para Engels y
Marx es un obstáculo para “la dictadura
del proletariado”, una forma de perpetuar un sistema que consideran
maligno. Por esto el comunismo fue
combatido por el catolicismo, al menos hasta el Papado de Juan Pablo II.
Engels considera en su libro “El
Origen de la familia, la Propiedad Privada y el Estado” que la familia no
es algo natural. Sostiene que si no hubiese propiedad privada que transmitir
por herencia, no habría necesidad de que exista familia, para lo que acude al
ejemplo de la tribu iroquesa y lo que llama “familia punalúa” donde “cada mujer pertenecía igualmente a todos
los hombres y cada hombre a todas las mujeres”. (p.44)
Engels afirma que sería deseable una sociedad poligámica en la que
los hijos sean “hijos de la sociedad”.
Inclusive afirma textualmente que “la
manumisión de la mujer exige (…)la supresión de la familia individual
como unidad económica de la sociedad.” (p.94).
Para él la monogamia es «el triunfo de la propiedad privada
individual sobre el comunismo espontáneo primitivo”. (p.88) Afirma asimismo que
“En cuanto los medios de producción pasan
a ser de propiedad común, la familia individual deja de ser la unidad económica
de la sociedad. La guarda y la educación de los hijos se convierten en asunto
público; la sociedad cuida con el mismo esmero de todos los hijos, sean
legítimos o naturales” (p. 95-96). Los textos de Engels sin embargo,
carecen de mayor evidencia y fundamento científico.
Lamentablemente -y probablemente sin haber
leído a Engels- similares prejuicios en contra de la familia se encuentran
dentro de la exposición de motivos de la ley que impulsa el impuesto a las
herencias. Esta posición olvida que la mayoría de empleos provienen de empresas
familiares, que la mayoría de pequeños emprendimientos inician como
emprendimientos familiares.
El marxismo no considera que existen
vínculos naturales entre padres e hijos como el deseo de garantizarles a ellos
un futuro mejor, a través de una vida de esfuerzo. Por esto ataca a la familia
a través de impuestos y desincentivos, como el propuesto impuesto, que no es
otra cosa que un impuesto a la familia (o a la estructura familiar de las
empresas)
Este deseo de protección –relacionado con
la conservación de la especie inclusive-, el deseo de que un legado (material o
inmaterial) persista en las generaciones por venir es connatural al ser humano,
como lo es la familia. Los seres humanos deseamos que nuestros genes, nuestras
obras, nuestras ideas y nuestros bienes, permanezcan por generaciones despues
de nuestros días.
Es por esto que el marxismo habló siempre
de un “hombre nuevo”, porque sus postulados son contrarios a la naturaleza del
hombre real. Y es por esto que el debate sobre este impuesto no es una cuestión
de porcentajes, sino de principios.
#MiTrabajoEsParaMisHijos.
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