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DERECHO, POLITICA, ROCK N ROLL Y LIBERTAD

jueves, 29 de marzo de 2012

MITI MITI: la cuota obligatoria de musica nacional en la radio

Hoy en Twitter existió una gran discusión a partir de un Artículo de David Ochoa (http://www.larepublica.ec/blog/opinion/2012/03/28/preferencia-al-artista-nacional) publicado en La República, en el que se comentaba sobre la llamada “ley de cuotas” que establecería que las radios estén obligadas a pasar un 50% de contenido de música nacional. La idea no es nueva, nos llegó vía Asamblea de Montecristi, pero ya lleva más de 40 años en el mundo. En defensa de esta medida, se argumenta:

1. Compensa una falla de mercado: como el público no tiene acceso a la música nacional, no puede adquirir gusto por ésta,

2. Las disqueras internacionales utilizan estrategias, infraestructura e integración con otros medios (internet, televisión,…) para promocionar sus artistas. La cuota buscaría atenuar la asimetría entre oferentes en ese mercado,

3. Las frecuencias son un bien público y deberían ser aprovechadas en función del interés público,

4. Sustitución de importaciones: en lugar de que vayan al exterior los pagos regalías, conciertos, merchandising y demás, esos recursos podrían cobrarlos los artistas nacionales, que moverán principalmente la economía nacional.

Como de costumbre, nada nuevo bajo el sol, estos proyectos ya vienen discutiéndose por años, y en algunos casos como Canadá en los 70’s puede decirse que incluso fueron exitosos si se considera la perspectiva de lucro del artista nacional, sin embargo, el escenario actual es diferente, en ese tiempo no había otros medios como ahora: internet, cd’s de dólar, ipods, flash’s etc.

En principio, suena bonito que una ley dé oportunidad al artista nacional. Sin embargo, ¿que implicaciones tiene éste proyecto de ley? ¿Será eficaz?

Mucho se ha escrito ya sobre las fallas del mercado o externalidades, sin embargo, vale recordar el planteamiento de Coase, según él, las externalidades no producen una inequitativa distribución de los recursos, ésta se produce cuando los derechos de propiedad no están claramente definidos. En este caso nadie es responsable por los costos que generan las externalidades. Por ejemplo si una fábrica en la orilla de un río provoca contaminación del agua. Pero si el río es propiedad de alguien los dueños de la fábrica deberán pedir permiso al dueño del río para arrojar residuos. Si los derechos del río los tiene el mismo dueño de la fábrica entonces serían los pescadores los que tendrían que pagarle a la fábrica para que no contamine el agua. Pero si nadie es dueño del río nadie tiene incentivos para pagar los costos de detener la contaminación, lo cual lo confirma la sabiduría popular con su refrán “lo que es de todos, es de nadie” “lo que no nos cuesta, hagámoslo fiesta”

Más aún, si existen externalidades que puedan afirmar que el mercado tiene fallas, también existen fallas del Estado. El Estado carece de la información inmediata que poseen los mercados y el costo que implica para él obtenerla sería demasiado alto, por lo que es menos eficiente, además de que no siempre los estatales actúan siguiendo el “interés popular” sino muchas veces el “interés del populista”. La “solución” de pasar la producción de los bienes públicos a manos del Estado empeora la falla y servicios. Los mercados logran la mejor solución posible. La producción óptima es la que se produce en los procesos de mercado (regidos por el principio de no agresión). La producción sub-óptima tiene lugar cuando los gobiernos alteran los mecanismos de mercado.

En el caso de las frecuencias radiales y la música nacional, el problema no es la “falla del mercado”, el mercado está bien, las radios responden a los intereses del consumidor, por eso existen radios con diversas líneas, en Cuenca, los rockeros escuchamos 949 o la metro, la mayoría pop 88.5 o 92.1, los fans del reggaetón 96.5, los de las baladas del recuerdo entre otras 99.7, etc. El mercado atiende a cada público según su gusto.

A su vez, no es válido el argumento de las radiodifusoras diciendo que “si tuvieran calidad sonarían en la radio”, tampoco es así. Existe música nacional de gran calidad, Sal y Mileto, Viuda Negra entre las de mi gusto. Pero no por eso se han convertido en “música de masas”. La música que se masifica depende de muchos factores distintos incluso a la calidad de la obra: el momento histórico, la cultura del público, la publicidad, la novedad del espectáculo, entre otras cosas dentro de las cuales la difusión radial e incluso la calidad son solamente un factor.

Al momento, buenas bandas crean música grunge o rock de calidad, que en los 90’s habrían enloquecido a las masas junto con Nirvana o Pearl Jam. Sin embargo, el momento ya no es el mismo, ahora al público “le gusta la gasolina” o “tirarse un paso”.

Tampoco el argumento contra el sistema discográfico resulta efectivo en nuestros días. En los 70’s cuando no había “medios alternativos” puede haber sido un argumento fuerte, ahora ya no. Las disqueras se enfrentan a su crisis más dura dado a que el negocio de los discos ya no es rentable. Incluso en los países desarrollados, la gente ya no compra discos y menos aún los originales, somos pocos los que lo hacemos y más por una suerte de fanatismo coleccionista.

Las disqueras y los artistas internacionales se han dado cuenta que deben mover el negocio hacia otro lado, buscando mayor rédito en grandes giras de conciertos, con escenarios espectaculares y producción sofisticada, pues la renta ´proveniente de los CD´s se ha vuelto marginal.

Sobre el tercer argumento, efectivamente la ley establece que las frecuencias sean un bien “público” y que el Estado las concesiona a los particulares. Esta consideración legal sin embargo no puede olvidarse de aquello que hace que algo se considere un bien: que algo sea considerado escaso y tratado como tal, es decir, que la calificación de “bien” es algo subjetivo, una cosa es un bien únicamente en relación a quien lo considera como tal.

No vamos a objetar que las frecuencias sean un bien preciado y con concesiones costosas, pero sí pueden dejar de serlo o al menos perder valor, los programas que transmiten y dan empleo a muchos. Si la gente deja de escuchar X programa porque no le gusta, aquel programa deja de ser rentable y por ende deja de producirse.

Sin embargo lo más importante en este argumento pro cuota es lo segundo: un bien público debe servir al interés público. La idea de “interés público” es una idea compleja y a la vez subjetiva, ¿quién determina que se considera de interés público? ¿Que debe ser y que no debe ser considerado de interés público? Normalmente, al no existir respuesta, queda a discrecionalidad del aplicador, es decir, del Estado, o sea, de la política, en el fondo, de los intereses que ocupen en dicho momento fuerza política suficiente para hacer valer su opinión sobre la de otros.

Finalmente, el argumento de la sustitución de importaciones también presenta falencias lógicas. No porque se pase obligatoriamente más música nacional en las radios la gente dejará de acceder a música no-nacional. Tampoco haría necesariamente que aumenten las regalías a favor de los artistas nacionales, ni hará que los artistas nacionales menos escuchados pasen a ganar más. Juan Fernando Velasco seguirá ganando más que lo que ganan Los Zuchos del Vado o Los Recién Muertitos.

En la actualidad, existen tantos medios para escuchar música que la radio no es imprescindible como lo era antes. Si la programación de la radio no nos gusta, existen múltiples opciones, desde comprar un disco de un dólar, quemar un mp3 con nuestra música preferida, conectar un ipod o dispositivo vía usb o cable auxiliar, hasta bajar música de internet o escuchar la radio en línea.

Además, toda ampliación del aparato Estatal, en este caso, para controlar que se programe el “miti miti” que comentamos, implica un alto costo. Y estos dineros no provienen sino de los impuestos que pagamos todos.

En fin, los argumentos en pro del “miti miti” no presentan una solidez suficiente como para justificar una intervención de tal magnitud en los derechos individuales de los ciudadanos. Restringir la libertad de elegir lo que escuchamos, afectando los derechos de los radiodifusores que han invertido y generan trabajo a través de sus radios, y empleando recursos del Estado, es decir, de todos, serían violaciones injustificadas a los derechos ciudadanos, aún cuando vengan de la ley.

Más aún, al igual que últimamente se objeta las “acciones afirmativas” mediante cuotas de género en las elecciones, pues las mujeres tienen suficiente capacidad y méritos para ser electas por sí mismas y no por obligaciones legales, resulta una ofensa al artista nacional el que se quiera imponer la cuota del 50% nacional en la radio, implica decir que el artista nacional debe ser escuchado por obligación y no por su calidad, que acá hay mucha. La música, y en especial ciertos géneros como el Rock, han sido siempre ajenos a la reglamentación, a la invasión de la ley en las libertades, a la imposición.

No se debe olvidar que hay conductas humanas como el mercado cuya regulación se asemeja a la conducta de un río, el río avanza siempre, si se le pone trabas por un lugar, avanza por otro, y si se lo tapona, busca escapes y se desborda.

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