Don Corleone, el
personaje ya legendario de la novela de Mario Puzo, eternizado por Marlon
Brando en la película dirigida por Francis Ford Coppola, es quizá el más
célebre Cappo della Mafia en la historia
del cine y la literatura. Habiendo hecho fortuna en los tiempos de la
prohibición o ley seca, dirige una de las Familias más poderosas de Nueva York,
que ofrece protección a los comerciantes y sus familias a cambio de dinero,
ajusticia y venga los crímenes cometidos contra quienes pagan por su
protección, y gestiona 'ventajas' para los gremios asociados a ellos. Algo muy
parecido al Estado, que cobra impuestos a los asociados por el famoso 'contrato
social', intenta administrar justicia y asignar penas a los que considera
criminales, y da ventajas, aranceles y redistribuciones para los intereses
colectivos asociados.
Don Corleone no
es una mala persona, al contrario, tanto la película como el libro lo muestran
como un individuo muy apegado a sus valores y principios, protector y
benefactor de los suyos y sus causas, tradicionalista y conservador defensor de
la familia y de la religión. Tampoco el Gobernante es -en general- malévolo.
Ambos son personas de carne y hueso, con sus afectos, desafectos e intereses,
como nosotros.
No es tanto el
individuo, cuanto la organización la que nos trae problemas, pues detrás de ese
sabio abuelo que es Don Corleone, opera toda una organización vertical que
utiliza la fuerza, la coerción, el miedo y la amenaza para obtener sus fines.
La mafia, la 'Famiglia', impone por
la fuerza a los demás los privilegios que reclama para sus miembros y
allegados, y todo lo necesario para cumplirlos, incluyendo elevar las
'contribuciones' a los comerciantes de su zona.
Las familias se
han repartido la ciudad por barrios, poniéndose entre sí líneas imaginarias que
sus miembros no pueden cruzar, y más allá de las cuales no pueden operar, algo
parecido a las fronteras, líneas que tienen la poderosísima capacidad de anular
derechos cuando se cruzan. Cuando se sobrepasan y hay conflicto entre familias,
se dan sangrientos enfrentamientos en los que mueren muchos civiles inocentes,
algo parecido a la guerra.
A veces, varias familias se asocian
para efectuar grandes 'golpes' que las enriquecen. También, cuando necesitan más
dinero, cobran más a los comerciantes
por sus servicios de protección.
Pero no todo es
paz dentro de las familias, debajo del buen Don Vito, sus lugartenientes e
incluso sus hijos pugnan por mayores cuotas de poder y por una eventual
sucesión. En ocasiones, también los miembros de la familia tienen dudas y no
saben cómo obrar, pero para ésto siempre pueden regresar a su añorada Sicilia,
una pequeña isla de la cual provienen incluso sin haber nacido ahí, pero que
habita aun en el centro de sus corazones, en donde pueden consultar al viejo
capo retirado, Don Andolini.
Desde la
escuela, nos enseñaron a entender al Estado como la comunidad política
organizada, apoyada en el concepto de nación, pueblo y territorio, como un ser
superior englobante y supra individual. Así, la sociedad personificada se
fundamenta en el pueblo de quien es fruto, formado por quienes tienen un acervo
cultural común y un vínculo subjetivo de afecto a su nación. Estos elementos
casi poéticos que hoy son discutibles dada la pluralidad y diversidad de
individuos de distintos orígenes, costumbres, pensamientos y lenguajes dentro
de un mismo Estado, nos han hecho pensar siempre a éste como una especie de
Macro Ghandi o Mega Madre Teresa, benefactor y providencial. Sin embargo, es
urgente desmitificar al Estado, pues, éste está formado por personas de carne y
hueso, con sus derechos e intereses, como nosotros, y que como organización,
recuerda más a Don Corleone que a Ghandi, con la diferencia de que se sirve de
armas abstractas como el Bien Común, el Orden Público y las buenas costumbres
que le permiten justificar sus invasiones a los derechos del ciudadano, que Don
Corleone no tiene.